Miles de jubilados se agolpan ante los bancos argentinos y se exponen a un contagio masivo

Miles de jubilados se agolpan ante los bancos argentinos y se exponen a un contagio masivo

Jubilados Argentina

Miles de jubilados se agolpan ante los bancos argentinos y se exponen a un contagio masivo

Indignación popular por la falta de previsión en el pago de pensiones

¿Qué es lo peor que se puede hacer en plena pandemia? Sin duda, aglomerar a miles y miles de ancianos durante horas. Y eso es lo que se hizo el viernes en Argentina. Por una falta de previsión asombrosa, una gran cantidad de jubilados se apiñó ante las sucursales bancarias de todo el país para cobrar su pensión. Fue un desastre que expuso al contagio a las personas de mayor riesgo y redujo sustancialmente los efectos positivos del estricto confinamiento impuesto desde el 20 de marzo.

Las oficinas bancarias se cerraron hace ya dos semanas, en cuanto se decretó el confinamiento. Algunos empleados siguieron acudiendo a sus puestos para mantener la actividad imprescindible, pero el sindicalista más poderoso del sector, Sergio Palazzo, impuso que no se atendiera al público: quería minimizar el riesgo de contagio para los afiliados a La Bancaria. Desde entonces, la población tuvo que manejarse solamente con los cajeros automáticos.

Llegados al final de marzo, el cobro de salarios y pensiones motivó largas filas ante los cajeros. Para muchos jubilados, poco habituados a operar con tarjetas y pantallas, retirar su dinero se convirtió en un suplicio. Para otros, que habían perdido la tarjeta o la contraseña o no las habían tenido jamás, se convirtió en una tarea imposible. Con el fin de reducir las aglomeraciones, el Gobierno decidió que los bancos abrieran el viernes, día 3. Empezaban a solaparse el cobro de las pensiones (siete millones de jubilados), de las ayudas por hijo o embarazo (2,4 millones de beneficiarios) y de los 10.000 pesos concedidos como Ingreso Familiar de Emergencia a más de 11 millones de personas.

Ocurrió lo que ocurrió. Algunos pensionistas comparecieron ya la víspera, dispuestos a pasar la noche ante la puerta del banco. Era casualmente la noche más fresca del incipiente otoño austral. Al amanecer ya había largas filas. Pesó probablemente el recuerdo del “corralito” de 2001-2002, cuando entre los argentinos quedó impresa la convicción de que el último en llegar no cobraría. Cuando abrieron las oficinas, a las 10 de la mañana, los empleados apenas lograban ordenar el ingreso en los locales y las distancias de seguridad se reducían a centímetros. Las imágenes difundidas por televisión eran devastadoras. “Quieren que nos muramos para ahorrarse nuestras pensiones”, gritaba una mujer. Algunos se desvanecían por el cansancio. En localidades como Villa Gesell, provincia de Buenos Aires, la municipalidad llevó sillas y agua. En la Casa Rosada se encendieron todas las alarmas.

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